Tema 9. María, la Madre del Verbo encarnado



El Papa Benedicto XVI, en su Exhortación Verbum Domini, nos recuerda que el anuncio de la Palabra crea comunión y es fuente de alegría. Una alegría profunda que brota del corazón mismo de la vida trinitaria y que se nos comunica en el Hijo. Una alegría que es un don inefable que el mundo no puede dar.”


Y finalizando la Exhortación, vincula esta alegría con la Virgen María:

“Esta íntima relación entre la Palabra de Dios y la alegría se manifiesta claramente en la Madre de Dios. Recordemos las palabras de santa Isabel: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45). María es dichosa porque tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios. El Evangelio de Lucas nos presenta en dos textos este misterio de escucha y de gozo. Jesús dice: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra» (8,21). Y, ante la exclamación de una mujer que entre la muchedumbre quiere exaltar el vientre que lo ha llevado y los pechos que lo han criado, Jesús muestra el secreto de la verdadera alegría: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (11,28). Jesús muestra la verdadera grandeza de María, abriendo así también para todos nosotros la posibilidad de esa bienaventuranza que nace de la Palabra acogida y puesta en práctica. Por eso, recuerdo a todos los cristianos que nuestra relación personal y comunitaria con Dios depende del aumento de nuestra familiaridad con la Palabra divina. Finalmente, me dirijo a todos los hombres, también a los que se han alejado de la Iglesia, que han abandonado la fe o que nunca han escuchado el anuncio de salvación. A cada uno de ellos, el Señor les dice: «Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos» (Ap 3,20).

Así pues, que cada jornada nuestra esté marcada por el encuentro renovado con Cristo, Verbo del Padre hecho carne. Él está en el principio y en el fin, y «todo se mantiene en él» (Col 1,17). Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida. De este modo, la Iglesia se renueva y rejuvenece siempre gracias a la Palabra del Señor que permanece eternamente (cf. 1 P 1,25; Is 40,8).”» (VD 124)

Hay muchos que dicen que la presencia de María en la Biblia es pequeña, que sus palabras son pocas y su protagonismo limitado. Pero pensemos, si Jesucristo, el Hijo de Dios es el Mesías anunciado, el Salvador esperado, la Palabra hecha carne… ¿María no tiene nada que ver con esto? Si Cristo es el centro de la Escritura, María es la Reina a su derecha, como dice el Salmo.

Desde aquella profecía primigenia del Gen 3,15: "Enemistad pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su talón". (Gén.3,15), pasado por la Encarnación, hasta el cap. 12 del Apocalipsis: "Una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de 12 estrellas" (Apoc.12,1), puede verse como hay una “línea mariana” que une toda la Escritura como la une su Esposo, el Espíritu Santo y Jesucristo, su Divino Hijo.



María, acoge y comunica la Palabra

María de Nazaret, totalmente dócil  a la voluntad de Dios, ha acogido la Palabra de tal modo que, por obra del Espíritu Santo, se ha revestido de humanidad en sus entrañas virginales. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Sí, María es la Madre de la Palabra hecha carne. Ella fue la primera que escuchó la Palabra y la cumplió, (cf. Lc 11,27-28). Sólo Desde la escucha orante y atenta de la Palabra de Dios fueron posibles su “sí” en la Encarnación, sólo porque se fió de esta Palabra, la misma Palabra floreció en sus entrañas y germinó en el Hijo de Dios e Hijo suyo. María vivió inserta y absorta en la Palabra Dios, en su escucha y en su acogida. Conservaba y meditaba en su corazón todo lo que había visto y oído (cf. Lc 2,51) permaneciendo siempre fiel porque creyó en la Palabra: “Dichosa, tú, María, que es has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).

Desde la confianza y la espera en el Dios de la Palabra, María recorrió los valles oscuros de su vida como la huida a Egipto, las palabras del anciano Simeón -que le anunciaba que un espada de dolor atravesaría su alma- y la escena de la perdida y hallazgo de su Hijo, todavía Niño, en el templo. Fiel a la Palabra, María acompañó a su Hijo en las horas más amargas de la Pasión y muerte, y en una nueva escucha de la Palabra, tras la Resurrección de Cristo, María guió y acompañó a los apóstoles en Pentecostés.

Dice Benedicto XVI: “En el Magníficat, nos muestra la profundidad de su alma; es la mejor muestra de María como mujer de la Palabra. Esta poesía es un tejido hecho completamente con hilos del Antiguo Testamento. Nos muestra que María ‘se sentía como en su casa’ en la Palabra de Dios: María vivía de ella, estaba configurada por ella. Ella hablaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios. María estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan hermosa; por eso irradiaba amor y bondad.”



La Virgen oyente

Ella es la Madre de la Palabra, la Virgen de la escucha, “oyente” de la palabra de Dios. Cuando una mujer del pueblo, entusiasmada por las palabras de Jesús, gritó: “Bienaventurado el vientre que te llevó…”(Lc 11, 27), Jesús, concretando la respuesta en su Madre, exclama: “Es más bienaventurado el que escucha la palabra de Dios y la cumple”.(Lc 11, 28) ya que la Palabra se ha convertido en el centro de su vida y ha guiado siempre todos sus comportamientos:  Porque María, escuchando la palabra de Dios y cumpliéndola, había alcanzado ya la plenitud de la gracia, el Modelo de la fidelidad a las Sagradas Escrituras y la prueba de su fecundidad y de su amor.

María es bienaventurada y dichosa porque ha creído, fiándose totalmente de las promesas de Dios. La fe de María -afirma Pablo VI-: se hace en el evangelio escucha, averiguación, aceptación, sacrificio, meditación, espera, interrogación, acogida interior, seguridad tranquila y soberana en el juzgar y actuar, plenitud, oración.
Como María, sepamos decir sí a Dios, desde el silencio más hondo de nuestro interior; y dejemos que él y su Palabra intervengan en nuestra vida. Así estaremos colmados de una inagotable alegría. Dios puede convertir nuestro corazón, árido y estéril como un desierto, en un vergel fecundo. Nuestro sí abrirá las puertas a Dios y su lluvia abundante fecundará toda nuestra existencia.



La Iglesia junto con María ofrece la Palabra de Dios encarnada

María escuchó con corazón puro la Palabra de Dios y creyó en ella, como Abraham, y la Palabra se hizo carne en María; en su vientre purísimo tomó la carne humana y de ella nació Jesús, su propio Hijo, el Hijo único de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14).

La Iglesia como María, ofrece la Palabra Viva a los fieles, para que se alimenten de ella, la hagan parte de su vida y su tierra cambie, se haga hermosa y dé muchos frutos. María es el comienzo de la tierra hermosa, renovada por Dios, llena de su Espíritu, llena de su Gracia, la que nos enseña el camino que tenemos que recorrer, cada día creer con mayor profundidad y amor en su propio Hijo, la Palabra hecha carne, Jesús, y obedecerle, cumplir las cosas que Dios nos dice y nos pide.
Creer, amar y obedecer a Jesucristo es la esencia de la Iglesia y del ser cristiano, y María es la persona que más creyó, amó y obedeció a Jesucristo, porque no solamente fue una fiel creyente y discípula sino que fue en ella que se encarnó la Palabra y por eso la fe de María es más fuerte y profunda que la de nosotros, porque ella es la madre del Verbo Encarnado, su amor es también único dentro de la Iglesia, por ser amor de discípula y de madre y su obediencia es única y perfecta. Por esta nueva obediencia de Cristo, reflejada en María de la manera más perfecta, Dios comenzó la restauración de la humanidad, la desobediencia de Eva y Adán se resolvieron en la nueva obediencia de María junto a Jesús. La Nueva Creación, la Nueva Alianza que supera la Antigua y lleva de nuevo la humanidad a su inocencia original.
Conclusión
“Contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo: si, en cuanto a la carne, sólo existe una Madre de Cristo, en cuanto a la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos. Así pues, todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la Palabra y en la celebración de los sacramentos.”

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